JUL 152025 "Divide et impera", en latín, aparece como una política de estado durante el Imperio Romano, aunque su aplicación puede rastrearse incluso en civilizaciones más antiguas, como Egipto o Mesopotamia. En esencia, esta frase implica fomentar la discordia, los conflictos internos o la desconfianza entre miembros de un grupo cohesionado para evitar que actúen unidos contra un poder superior. La estrategia reconoce una verdad psicológica y social profunda: una colectividad dividida es más fácil de manipular y controlar que una sólida y cohesionada. En épocas modernas un buen ejemplo es el dominio británico sobre la India. Durante más de un siglo, el Imperio Británico logró mantener el control sobre un territorio inmenso y diverso alentando divisiones religiosas, étnicas y regionales. La rivalidad entre hindúes y musulmanes fue deliberadamente alimentada para evitar una insurgencia unificada. Durante la Guerra Fría, tanto Estados Unidos como la Unión Soviética recurrieron a esta fórmula. Al infiltrar gobiernos, financiar oposiciones internas y fomentar golpes de Estado, lograron debilitar bloques políticos adversarios sin necesidad de un enfrentamiento abierto. El mundo árabe también ha sido víctima constante de esta estrategia, fragmentado por conflictos sectarios muchas veces alentados desde fuera para evitar su consolidación como bloque geopolítico. Hoy, "divide y vencerás" sigue siendo un principio operativo en la política contemporánea. En muchos países, México es un buen ejemplo, los partidos dominantes dividen a la oposición a través de la cooptación, el soborno, la infiltración o la propaganda. En contextos democráticos, es común observar campañas diseñadas para sembrar miedo, polarización o confusión, atomizando a los electores y haciendo imposible la formación de mayorías sólidas. Los medios de comunicación, redes sociales y algoritmos también juegan un papel fundamental en esta fragmentación. Al reforzar cámaras de eco ideológicas y fomentar la confrontación entre ciudadanos liberales contra conservadores, clases medias contra clases bajas, se debilita el tejido social y se impide la formación de consensos. Históricamente, los autócratas, los regímenes totalitarios y los partidos con ambición hegemónica son quienes más recurren a esta estrategia. Líderes populistas, que necesitan enemigos visibles o artificiales para sostenerse, explotan esta división como parte esencial de su narrativa. El lema no sólo sirve para conquistar enemigos externos, sino también para gobernar sin contrapesos internos. En democracias frágiles, partidos políticos sin principios sólidos utilizan "divide y vencerás" para fragmentar alianzas opositoras, desprestigiar liderazgos rivales o dividir movimientos ciudadanos. El objetivo no siempre es ganar popularidad, sino evitar que otros la ganen. Un fenómeno relacionado con esta estrategia es el de la persistencia en el error, incluso cuando se ha demostrado que alguien fue manipulado o engañado. La psicología social ofrece algunas explicaciones: Disonancia cognitiva: Cuando una persona ha invertido tiempo, energía o emociones en una creencia, aceptar que estaba equivocada genera un malestar interno que prefiere evitar. En lugar de reconocer el error, ajusta su interpretación de los hechos para no sentirse traicionada por su propio juicio. Identidad grupal: Algunas creencias están ligadas a la pertenencia a un grupo (político, religioso, cultural). Cambiar de opinión podría significar alejarse del grupo o ser visto como traidor, por lo que muchos prefieren la fidelidad a la verdad. Orgullo o ego: Reconocer públicamente que uno fue engañado implica una humillación que muchas personas no están dispuestas a aceptar, especialmente si han defendido apasionadamente una postura errónea. Manipulación persistente: Los líderes que utilizan el "divide y vencerás" suelen mantener campañas de desinformación constante, reforzando las ideas falsas con nuevas justificaciones, teorías o escándalos que distraen o relativizan los errores pasados. Concluyendo: "Divide y vencerás" es una fórmula tan antigua como la política misma, pero no por ello ha perdido vigencia. En tiempos de polarización global, desigualdad y fragmentación social, esta estrategia encuentra terreno fértil para prosperar. El antídoto es la educación crítica y la promoción de la unidad frente a la manipulación. Porque si no se reconoce al verdadero enemigo, se corre el riesgo de seguir luchando entre hermanos, mientras otros cosechan los beneficios del conflicto. Alejandro Vázquez Cárdenas |